No sé si son sus callejuelas, su ambiente o la
paponina que destila por todos sus rincones. Quizá es por los azulejos, las capillas, las iglesias y las parroquias; o por la gente que te explica la historia de las tallas de su cofradía con un cariño indescriptible. Puede que sea porque hasta el más ajeno a la ciudad se siente parte de ella cuando te dejas envolver por una procesión y acompañas al paso como uno más.
Lo que sí sé es que no se me olvidará ni uno solo de los momentos de este fin de semana... Ni la compañía, ni la pateada, ni las fotos, ni los detalles... ni, por supuesto, esa primera
levantá que casi me suelta las lágrimas.
Serva la Bari, enamora