Y no es que me haya aficionado a Guerra de Tronos, es que en Madrid hemos pasado de un verano a la leonesa (léase, verano que se cree otoño) a un fresquín que presta más que nada. Negaré haber escrito estas palabras en pleno uso de mis facultades mentales, pero tenía ganas de que llegara el frío. No solo porque la proporción de ropa de invierno y ropa de verano no está para nada equilibrada (el hecho de haber vivido en sitios tan cálidos como Cazurrolandia, Charria, la pérfida Albión y la tierra de los vikingos hace que la cantidad de jerseis gorditos, de vaqueros fuertes y de botas multiplique por mucho a la de vestidos y camisetas estivales) sino porque me recuerda a las mañanas de camino al cole o a la facultad, a los ensayos con tanta ropa podría irme con Calleja al Himalaya y a las tardes de estudio de pijama y calefacción.
¡Y acabo de descubrir que mi fondo de pantalla de Gmail cambia con el tiempo! Ha pasado de estar soleado a llover...¡me encanta!
Va a tener razón el relojero, la de vueltas que puede dar el día...
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