Y cual princesa con los ojos húmedos e hinchados por el llanto contenido volvía a subirse en un avión con destino al mundo real. Allí la esperaban la rutina, el cansancio, la pereza, el tedio y la nostalgia, aunque también formaron parte del comité de bienvenida el rayito de optimismo y el cajón de los recuerdos. Porque fue un alivio que no pesaran la maleta: seguro que el exceso de equipaje por los buenos momentos y las mejores sensaciones habrían terminado con su ropa en el aeropuerto; evidentemente, la memoria no se puede dejar atrás.
Aún quedaban muchas horas esperando a que se abriera la puerta del avión y no lo podía evitar. Daba igual dónde mirara o qué leyese, cada segundo le volvía a traer a la mente, como si en el mar de sus pensamientos todas las olas llevasen su nombre. Ya no sabía qué hacer o en qué pensar para evitarlo. Llegó a creer que se había vuelto loca, pero algo en el fondo le decía que no, que no era locura. ¿Cariño? Tampoco, demasiado superficial y recurrente. ¿Amor? ¿Será amor? Cada vez que se le cruzaba esa idea se reía, no, no puede ser amor, otra vez no... Pero cuanto más vueltas le daba, más forma tomaba esa posibilidad y más rápido cambiaba de idea, no, no puede ser...
Finalmente, se decidió a mirar a los ojos a lo que había rehuído tanto tiempo: sí, eres tú... y esta vez no te dejaré ir... esta vez no
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