Unos ciudadanos detallistas, silenciosos, pacientes, que conocen y valoran su entorno, saben quién diseñó la silla sobre la que se sientan y pueden hablar horas sobre ello, procuran que su casa sea acogedora para ellos y para quienes les visiten. Una sociedad que cree en la igualdad y en la conciliación. Y sí, pagan entre un 45% y un 65% de su salario en impuestos, pero lo consideran el inevitable precio de mantener un nivel de vida envidiable.
Puede que todo sea falso y esta maravillosa fachada oculte un edificio en ruinas, oscuro, triste y lleno de escombros. Sin embargo, la imagen que proyectan al mundo hace creer que este país es seguro, al contrario que la piel de toro en la que me dio por nacer, en la que cualquier nacional o extranjero mínimamente avispado descubre que tras el flamenco, los toros y la paella se esconden los rajoys, cospedales, fabras, toxos, méndeces, zapateros, rubalcabas, aídos y pajines con una nueva sorpresa cada día.
Así, no puedo evitar que el verde de la envidia llene mis palabras.
Danmark leve!
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